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Editorial: El trasegar indígena.

Por: Elespectador.com

Hace 30 años un gran número de indígenas se reunieron en Bosa para debatir sobre los temas corrientes de su largo trasegar por este país: la occidentalización de sus culturas, la evangelización, la explotación por parte del mundo blanco, cosas así. Y de esta forma, bajo estos lineamientos y otros mucho más fuertes, se creó la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), que hasta hoy mantiene la lucha. Sobrevive.

Un ejemplo palpable de ello fue su participación en una amplia Mesa de Concertación entre el Gobierno y los pueblos indígenas para realizar un decreto con fuerza de ley que incluyera, en relación con la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, una visión diferencial para reparar a esta población, una de las más azotadas por la violencia secular. Por ejemplo, en el documento resultante, el territorio quedó bajo la etiqueta de víctima, una realidad impensable años atrás.

Pese a esa lucha que han sostenido en nombre de los pueblos indígenas, y a las miles de batallas jurídicas que encabezan, las poblaciones que ellos tratan de proteger siguen bajo un manto terrible de malas noticias: tal y como lo dice el informe “Palabra dulce, aire de vida”, de los 102 pueblos que viven en Colombia, 32 de ellos despiertan una gran preocupación puesto que cuentan con una población de menos de 500 personas. De los 32, 18 tienen una población inferior a las 200 y 10 tienen menos de 100 individuos. Incluso se sabe de una población indígena con un solo miembro, un sexagenario que conoce todo, desde la religión y las tradiciones hasta la lengua. Toda una civilización reducida a una sola persona es un dato que genera escalofríos. La institucionalidad del país, por ejemplo la Corte Constitucional a través de sus autos, ha hecho un esfuerzo grande, pero no suficiente. Los pueblos indígenas se extinguen con el paso inclemente de los días y de los hechos.

Así como lo recalcamos hace unos meses en el marco de la exaltación de la Unesco a los pueblos Pirá Paraná (macuna, barazano, bará, edulia y tatuyo), nombrados como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, que sobrevivieron a la arremetida occidental y lograron no dejarse conquistar por los misioneros que en los años 80 trataron de imponerles a un dios desconocido y un lenguaje muy difícil, hoy lo repetimos: a los pueblos indígenas les falta mucha atención. Hacen falta más esfuerzos como los de la ONIC, que hoy decidimos resaltar. Hace falta una visión complementaria a las milenarias que hemos tenido siempre respecto de ellos. La Constitución de 1991 fue una apertura, pero aún falta un camino que trazar.

Con todo, con las masacres, con los indígenas asesinados año tras año, con el peligro vivido por el pueblo de los nukak-maku, denunciado internacionalmente, con los desaparecidos, la batalla por la supervivencia de lo nuestro debe continuar. No es de otra forma como puede honrarse el esfuerzo de esta organización. Llamar la atención en este punto es un asunto que no podemos dejar pasar. Este viernes la ONIC, junto a los pueblos indígenas que asistan (que ojalá sean varios, pese al miedo y la desconfianza, naturales, dada su posición en el mundo) darán un informe sobre los pasados 30 años. Un balance de los logros y las dificultades que se han presentado a lo largo de tres décadas. Será una conmemoración que podría redundar en el mensaje de no olvido. Mucho más grande es el debate de la problemática indígena y por ahí debería abordarse esta noticia, que no debe verse como algo aislado, sino como un asunto que trascienda.

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