He notado que cuanto más alto intenta volar un ave, aparecen escondidos en la selva cazadores expertos, hombres y mujeres con escopetas y dardos de envidia y rabia y manipulación, expertos en el arte de matar pájaros que vuelan libres. Al ver los colores de su plumaje brillando bajo los rayos del sol, la gente desea arrancar una a una sus alas para depositarlas en su altar de trofeos, exhibirlas como muestra fehaciente de que es imposible volar por mucho tiempo, porque tarde o temprano caerás. Por eso, hay aves que prefieren volar bajito, ser cautos, prevenidos y no demostrar felicidad, ni majestuosidad, y vestirse de negro y gris, para que esos cazadores de aves libertarias se alejen del camino. Pero allí, en ese vuelo a ras del suelo, nos volvemos seres meditabundos y cabizbajos, seres acongojados y melancólicos que algún día nos permitimos amar sin restricciones, dándole rienda suelta a nuestra capacidad de dibujar el cielo de amarillos, violetas y rojos...
Contar las historias de lo que veo, escucho y siento de este mundo que he observado desde pequeña, fascinada, anhelando vivirlo todo. Una mirada desde esta experiencia humana que me permite ser, a la inmensidad de la vida que me queda por descubrir y redescubrir.